PISTO Cap.3 -La adolescencia-

Así amaneció Pisto durante dos días al lado del plato, sin moverse, sin agua, sin comida y sin amor. Por el polígono no había alegres mariposas con las que jugar y el recuerdo de su madre y hermano estaba lejos en su diminuta memoria.
Se puso en pié y vió a un gorrión sucio y enfadado que luchaba con otro en una pelea, aparentemente mortal, por un trocito de pan, se dispuso a seguirlos, uno cogió el pan y salió volando, el otro lo siguió y Pisto alegremente también los siguió, pues nuestro Pisto no pierde nunca el buen humor. Allá iba con el rabo meneón y la tripa vacía, una calle, media vuelta, otra calle, los gorriones bajaban y subían, peleando en el aire, caían al suelo, de la tremenda refriega salían plumas por todos lados, Pisto se acercaba, tímido y un poco asustado, esos pájaros pensaba, me pueden sacar los ojos de un picotazo. Y sin darse cuenta estaba en los límites del polígono, allí donde van a parar los trastos viejos y la basura que nadie recoge. Se acercó a la montonera y espantó sin querer a un buen número de gorriones, de allí venían los peleones. Acercó la nariz a un saco de papel y un perfume a cereal tostado le entró por la nariz, le recorrió todo el cuerpo, se levantó una oreja y una pequeña salivilla se le cayó del labio inferior. ¿Qué es ésto? pensó, mientras metía su nariz más adentro. Un saco de pan duro estaba allí, solitario, un montón de pan en buen estado, Pisto empezó a comer, no lo podía creer, todo ese pan para él, que pena que no esté enmohecido pensó, pero aún así, que buena comida me estoy dando. Llenó la barriga a buen paso y un calor de vida le inundó el cuerpo, parece que éste no era tu final, Pisto suertudo.
Una vez hubo comido hasta "jartarse", cogió un trozo de pan y se dispuso a enterrarlo, primero lo intentó en el asfalto, pero no había manera, se quedó pensativo mirando al infinito, se fué un poco más lejos y dió con tierra, se puso a escarbar con sus patas negras, lo enterró a medias, pues sobresalía un trozo por encima del terreno, y cuando estaba echando tierra encima con sus patas traseras, se fijó y vió algo que resplandecía entre la basura, se acercó curioso, y allí estaba una caja de corcho con agua fresca de lluvia, bebió y le supo a gloria, el rabo delataba su alegría. No contento con ésto, cuando estaba con la boca chorreando, un tremendo ruido se fue acercando, y casi por arte de magia, un enorme caballo metálico hizo su aparición y asustó al bueno de Pisto, que buscó refugio en el primer hueco que vió, un acogedor nido hecho con palés y mantas viejas, quizás el refugio de algún mendigo, y Pisto quedó asombrado viendo su nueva casa, no le faltaba detalle, todo un chalet de lujo para el pequeño y dulce Pisto, en sólo unas horas, comida, agua y refugio. Que suerte tienes Pisto.
Así pasaban los días, comiendo pan, viendo llover en su chalet, corriendo con los gorriones, sus eternos amigos, mirando aquellos trenes pasar con su ruido metalico, sin ver persona alguna, sólo coches solitarios a lo lejos. Un buen día, ya en febrero, apareció lo que nunca pensó Pisto que iba a volver a ver, una alegre mariposa iba de aquí para allá entre las paredes de la espantosa calle del polígono. Como es natural, Pisto salió tras ella con sus alegres y saltarines pasos, la siguió durante un rato y se fue sin conocimiento, muy lejos de su guarida. La nariz al dar la esquina se le puso firme, que olor tan agradable, ¿de dónde viene? pensó Pisto y siguió el rastro, olía dulce y sabroso, a mantequilla y pan, hasta que llegó a la puerta de una nave, donde un caballo metálico aguardaba en la puerta, había ruido en su interior. De pronto la puerta se abrió y salió un humano, que miró a Pisto asombrado y exlamó, -Chucho, fuera de aquí!- e hizo el gesto de darle una patada. Siempre te dan patadas Pisto, pobre Pisto.
Retrocedió pero se quedó atónito, la fragancia de aquel lugar le impedía huir, y allí se quedó plantado con cara de bobo, esperando que la divina providencia le diera algo. Al rato salió aquel humano que tropezó torpemente con el marco de la puerta, dió dos pasos mal "daos", y una tarta de crema y nata salió volando por los aires y se estampó contra el suelo haciendo "chof". El humano maldecía y salió otro, con peores pintas y se insultaron y estuvieron maldiciendo y haciendo gestos. Se metieron para dentro de la nave y Pisto aprovechó el momento con timidez, y empezó a comerse aquella tarta, estaba deliciosa. Con el rabo entre las piernas y el corazón acelerado, Pisto se dió un festín. Cuando quiso salir el humano la tarta había desaparecido, ni un pequeño trozo dejó el muy pillín. 
No había día que Pisto no encontrara un trozo de bocadillo, un pastel o cualquier delicia humana tirada por los rincones, Pisto empezó a relacionar comida con humanos, y aunque éstos se mostraban hostiles y estúpidos, siempre dejaban comida por todos lados. Contra todo pronóstico, nuestro querido Pisto empezó a coger peso, su pelo relucía como un toro negro en una mañana de niebla y andaba feliz por aquellos lugares tan tristes y feos, la vida es para ti, Pisto, que suerte tienes.

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