El Rey de la fiesta

Son las cuatro de la tarde y la gente está en sus casas o peñas comiendo, se respira un aire de nerviosismo extraño, incluso aquellos que no acuden al encierro notan la presencia del toro. Suenan de vez en cuando cohetes de aviso, y la gente empieza a salir de sus casas a paso lento en dirección a la plaza, van niños y abuelos, jóvenes, mujeres y hombres, todos lentos, todos saboreando el momento. Hablan sin cesar de cualquier cosa, unos llevan el cubata en la mano, otros un tubo de pacharán u orujo de hierbas, el del puro nunca falta.
Se acercan las cinco y la gente se agolpa por los alrededores de la plaza, el recorrido del encierro está lleno, las peñas se concentran en pequeños grupos alrededor de un cubo con ruedas, con hielo y bebidas frescas. Los mozos del pueblo están preparados, hacen estiramientos junto a los barrotes de  las talanqueras, llevan pantalón corto y zapatillas, y la camiseta de la peña, siempre espantosa, que lucen como si llevaran el uniforme de guerra.
Son las cinco y tiran tres cohetes, al tercero, el alguacil y su amigo, un hombre con barriga y puro de tres cuartos, abren con miedo un portalón de hierro de un corral y el toro hace su aparición, es el rey de la fiesta, sale orgulloso, henchido, con la cabeza alta mostrando sus enormes cuernos. El toro es negro, de tamaño normal. Da unos pasos y arremete con cierta vergüenza una de las vallas, la cara de la gente es de alegría, entusiasmo y cierto miedo. Todos contemplan al toro con admiración y esperan ver grandes carreras, llevan un año esperando el momento, un año esperando ver al rey de la fiesta.
El toro se da cuenta de que no está preso y coge la calle cuesta abajo, los jovenes corren con avidez y hacen recortes al toro, que va en línea recta a gran velocidad, no se fija en nadie, sólo tiene una misión, salir de allí. En un momento dado, el toro para en seco y arremete contra un remolque lleno de niños y ancianas, se oyen los famosos gritos de espanto, las risas de fondo y el nerviosismo se palpa en el ambiente, el remolque se mueve para arriba y para abajo como si tuviera muelles, el toro se ceba con el remolque, sin venir a cuento, sin que nadie le tentara, así son los toros, saben donde hacer daño. Del remolque se van bajando unos cuantos niños y unas ancianas un poco asustadas, parece que lo quisiera destruir.
Al poco, sale al rescate un joven sin camiseta que tira al toro del rabo con gran coraje y le saca de su locura, el toro se gira airado y mira al muchacho, en los ojos se lee claramente: como te pille te mato. Corre a gran velocidad tras el joven con los cuernos en ristre, el mal humor se hace palpable, así de repente, el toro está enfadado y ahora arremete contra todo, vallas, puertas, alguna papelera que se encuentra por el camino y la lanza por los aires, contra todo, todo le enfada. Una baba cristalina sale de su boca, masculla y resopla. Sigue calle abajo y ve que el camino al campo está libre y por allí va, sale al campo asombrado, no le impiden el paso, a sus lados aparecen caballos, en ellos van montados jinetes con largas varas sin punta y acompañan al toro hasta una hera cercana. El toro se para y respira, busca agua, no para beber, busca agua para huir. Olfatea y da con ella, debe haber un arroyo cercano y hacia allí se dirige, los caballos intentan sin éxito que no llegue al arroyo pero el toro llega, se mete entre las zarzas y se tumba en el agua, sólo asoma su cornamenta. Es un momento delicado, el toro está protegido y fresco, es peligroso en estos momentos. Un borracho con unas castañuelas se acerca a la escena y le empieza a hacer su peculiar recital, el toro le mira desde la oscuridad, no se mueve. Pasan los minutos, pareciese que el toro nunca se fuera a mover, pero el tipo de las castañuelas no es consciente de que el toro le observa y está calculando la embestida. En cosa de medio segundo, el toro aparece de la nada y coge al ruidoso borracho por el muslo y le pega tres vueltas, la cornada es espantosa, se ceba con él, lo acerca al arroyo a topetazos y allí le pega una paliza de muerte, eso buscaba el toro, matar a su placer y tranquilidad.
Ésta vez son los caballos los que salen al rescate, jugándose el tipo, le empujan con la varas y tras unos minutos de mucha angustia, el toro sale del trance y persigue a un caballo, otros caballos le siguen. El toro se gira para volver a su trampa pero esta vez le cortan el paso. Le obligan a seguir hacia el pueblo, allí espera la gente, la cual está hablando alocadamente de lo acontecido, la cornada, que ha pasado solo hace diez minutos y ya es de conocimiento de toda la provincia.
El toro es dirigido al pueblo y vuelve a entrar por la calles, esta vez es más terrible y ya nadie se atreve a recortarle, lleva un cuerno rojo de la sangre del buen hombre de las castañuelas, también lleva sangre por la cara, es la mismísima expresión de la muerte, pasa solemne por la calle por donde salió, la gente está estupefacta, el corazón les late rápido y alegre, entra el toro en el corral sin más aventuras y le cierran.
El pueblo está de fiesta, un corneado y no ha muerto, está vivo, malherido pero vivo. Es de celebrar, el rey de la fiesta se ha cobrado una víctima, el toro ha cumplido, se ha portado bien, todos están contentos, preocupados pero contentos, hablarán varios días sobre el encierro, se recordará aquel valiente toro durante todo el año, hasta que llegue el siguiente y le quite su corona, la corona de Rey, no hay fiesta sin él, él es la fiesta. El baile no importa, los espéctaculos tampoco, las comidas populares o la procesión son secundarias, sólo importa él, el misterio, sin el toro las fiestas populares no serían nada, el toro es el mismísimo espíritu de la fiesta.

 


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