Infierno mecánico Capitulo 3 -El tren-

     Qué delicioso es llegar al hogar, ver que todo sigue en pie y que la destrucción ha esquivado nuestro pequeño mundo. Vivimos en un chalet en medio del campo al que no le falta de nada: piscina, barbacoa e higuera. Pasaron los días y seguían saliendo por la tv asombrosos casos de aparatos que caían del cielo y provocaban destrucción y desolación a su paso. Era un fenómeno que sucedía en todo el plano, parecía que no había ningún sitio en el mundo que se escapara de tal fatalidad.

    Era todavía verano, finales de Agosto, cuando el Sol calienta pero ya te deja pasear, así que  decidimos dar una vuelta hasta el río. La caminata fue de lo más normal, cogimos el sendero habitual, llegamos a la presa, hicimos unas fotos y volvimos por el mismo camino, después de deleitarnos con los pajarillos de la ribera, que son alegres y coloridos. El día estaba muy despejado, solo había algunas nubes de buen tiempo, nada a destacar. En el horizonte veíamos una nube más oscura, en dirección sur, pero estaba muy lejos. Ahora cada vez que veíamos nubes extrañas ya nos temíamos lo peor, no oímos el sonido tortuoso de las trompetas, ni chasquidos, ni nada, así que no le dimos importancia, una nube sin más. Cuando estábamos ya cerca de casa, llegando al paso a nivel que se encuentra cercano al fin del camino, la barrera nos cerró el paso. El clin clin clin, y las luces rojas se encendieron y las barreras bajaron con total naturalidad. Siempre hace ilusión ver pasar al tren de cerca, y por esa vía que une Madrid con Barcelona, pasan muchos trenes de mercancías bastante expectaculares. 

    Nos paramos unos metros antes de llegar y esperamos cigarrillo en mano para ver pasar el tren. Realmente es una zona de vía recta muy larga y te da tiempo de sobra a cruzar, pues se ve estupendamente kilómetros a la redonda. Muy a lo lejos vislumbramos que se acercaba un tren desde el sur. Como lo veíamos de frente sólo podíamos ver el morro y no parecía nada extraño, venía despacio. Según se iba acercando, el frontal resplandecía con el Sol de manera muy llamativa, parecía negro pero luminoso como el lomo de un toro. Se acercó más y vimos que sólo era la máquina, negra en su totalidad, con chimenea y frontal con cuña como los trenes de antaño, parecía un tren del viejo oeste, un tren de juguete, pues humo no echaba y no parecía tener motor, no hacía ruido, sólo un sonido sutil de cuerda retorciéndose y, de vez en cuando, el dulce sonar puuuu puuuu tan clásico de los trenes de época. Pasó por delante de nosotros a no más de cinco o diez km/h, lo pudimos ver al detalle y llevaba el engranaje típico en las ruedas motrices que llevaban los trenes de vapor. El frontal negro con cuña, la cabina estaba abierta, no había puerta. Era muy bonito, grande como uno de verdad y curiosamente no iba por las vías, llevaba el curso de las mismas porque chocaba con los viales y lo recolocaban dentro impidiendo que saliera. Para nuestro horror vimos a lo lejos, venir en dirección contraria, un tren de mercancías. Éste si que era un tren normal de los que estamos acostumbrados a ver. Llegados a este punto, nuestro nivel de asombro había caído considerablemente y ver en directo un tren de otra época de manera siniestra ya lo asimilabamos con naturalidad. 

    Iba camino de chocar frontalmente con el tren de mercancías, el cual si venía con cierta velocidad y cargado de coches. Se fueron acercando, el tren de mercancías pitaba sin cesar y frenó en seco quedando parado en las vías cerca del puente del Sorbe. En cambio, aquella máquina del infierno seguía su camino con su gracioso sonido y su traqueteo. Lentamente se fue acercando, el conductor del tren se bajó de la máquina y hacía gestos intentando frenar aquello, pero no pudo evitar lo inevitable. Chocó y sonó un golpe bastante fuerte pero no hubo en principio grandes destrozos y se quedó parado, máquina contra máquina. Nos acercamos a verlo, el conductor vino corriendo a nuestro lado: -Iros de aquí, esto es peligroso- decía, mientras hablaba por teléfono como un loco con el puesto de mando.

Para nuestro asombro la máquina negra seguía en marcha, las ruedas seguían girando y levantaban el terreno en su empeño por avanzar. Las traviesas de madera saltaban por los aires y cuando llegó a hacer un gran socavón, consiguió hacer agarre, enganchó bien el giro, y empezó a empujar el tren de mercancías, el cual chirriaba y empezó a moverse en dirección contraria con los frenos puestos. Era tremendo ver la increíble fuerza que tenía aquella máquina, estaba empujando un tren repleto de coches con las ruedas firmemente frenadas. Empezó a coger algo de velocidad y salían chispas por todos lados mientras se alejaba. Como iba a una velocidad ridícula, nos daba tiempo a seguirlo como si de una procesión se tratara. Allí ibamos los tres, mi chica, el conductor nervioso, y yo, andando por unas vias destrozadas con cierta marcha en el cuerpo. Mirábamos a nuestro alrededor, vigilando que no viniera otro tren, que ya hubiera sido el colmo.

    Se acercaban a la curva del puente y el tren negro, en un pequeño badén que había, encajó su cuña bajo la cabina del tren de mercancías y la levantó. Fue empujándola hasta que la sacó de las vías y la tumbó, aún así siguió arrastrándose por el terreno hasta que se desprendió de los vagones y cayó ladera abajo. El tren se quedó atravesado, una parte estaba caída por la ladera y otra parte, los vagones de  mercancías, seguían en las vías. Estaba tan atravesado y encajado que hacía demasiada resistencia, y el tren negro quedó atrapado, girando sus ruedas sin cesar, pero con imposibilidad de avanzar. Nos dio tiempo a acercarnos más y verlo de cerca de nuevo, curiosamente el tren del infierno no tenía ningún desperfecto, ni siquiera se había levantado la pintura de la cuña frontal. Estábamos al lado de su cabina, que, como ya comenté, estaba abierta, no tenía puerta. El maquinista iba y venía con la manos en la cabeza, y con un gesto en la cara de estar perdiendo el control. En un descabellado acto de valentía o más bien de tontería, nos montamos en la máquina, tenía los controles, botones y luces pintadas, y en relieve, muy bonito, y había una conductor pintado mirando al frente, curiosamente no parecía humano, era una especie de felino humanoide, con cara sonriente y vestido con túnica dorada y gesto celestial, con enormes ojos azules y pelo rubio. No había nada más, era plano, excepto una palanca de metal con el pomo redondo que llamaba bastante la atención. Estaba apuntando hacia delante, miré a mi chica y levantando una ceja la cambié de posición. Por un momento paró la máquina pero, al segundo, nos vimos en dirección contraria retrocediendo por las vías. El maquinista, al ver ésto nos insultó y nos tiró unas piedras. Nos fuimos alejando por donde habíamos venido, íbamos dentro de la máquina con risas nerviosas, se movía mucho y el ruido era muy gracioso. Realmente no parecía peligroso, iba muy despacio y te daba tiempo a bajarte sin problema. Así que eso hicimos, nos bajamos en marcha y lo dejamos irse en marcha atrás. Hicimos bien en bajar, pues cuando llegó al socavón que había hecho antes, se salió de las vías, bajó por un terraplén y cayó en un sembrado, el cual atravesó sin problema y se perdió camino al río, con su alegre sonar y su chucu chucu.

    No queríamos más aventuras y nos fuimos a casa, ya venían los primeros cuerpos de seguridad y algún que otro coche de Adif. Nos cruzamos con ellos y no nos preguntaron nada, siguieron su camino. Llegamos a casa siendo conscientes de una cosa, no estábamos seguros en ningún sitio y así se lo contamos a los vecinos. Eran tiempos extraños y peligrosos, siempre mirando al cielo, siempre pendientes de los sonidos, la paz no existía, estábamos en alerta constante, aquellos enormes juguetes nos estaban amargando la vida.


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