Infierno Mecánico Capitulo 5 -Destructor-

     A la mañana siguiente me desperté temprano, con una resaca de esas en la que la cabeza está un poco espesa y desorientada, me preguntaba qué habíamos visto.. ¿Fue todo un sueño? y para quitarme de encima la "caraja" convencí a mi chica para dar un paseo por el río. Quería ver que había pasado con el tren, aquel que vimos como se iba por el sembrado tan graciosamente.

    Tras un Ibuprofeno, dos cafés, media galleta y un vaso de agua, nos pusimos en marcha. Son muy agradables las mañanas de septiembre en la provincia de Guadalajara, frescas y saludables. Cogimos el camino hacia el río, llevábamos al bueno de Pisto atado con su correa, con la cabeza agachada y con paso pausado y triste, no es perro al que le guste andar, y está muy gordo, ahora le llamábamos Morcillo, porque parece un trozo de carne oscuro de esos que se echan al cocido.

     Todo fue normal en el paseo, ya cerca del río vimos que el tren se había quedado pillado entre la maleza, atrancado entre los árboles de culo, tal y como lo habíamos enviado nosotros. Un pequeño terraplén había hecho de parapeto y el tren, por mucho que escarbó, no pudo saltarlo. Ahora estaba parado, se le había acabado la energía o la cuerda o qué se yo, lo que moviera aquella aparatosa máquina. Pudimos verlo y tocarlo, nos montamos de nuevo y jugué con la palanca, pero no hacía ningún movimiento. Totalmente inmóvil, integrado en la maleza como si llevara allí mucho tiempo, los pajarillos se posaban en él, no había nada que pudiera ponerte en alerta. Pudimos ver de cerca y con detenimiento las singulares pinturas de su interior. Llamaba la atención el extraño personaje que la pilotaba, ese ser medio gato medio humano, con esa túnica tan extraña y un brazo levantado, al estilo de jesucristo, estaba en relieve como el resto de pinturas. Quizás su mirada sonriente era lo que más me inquietaba. Eso y que Pisto no quisiera acercarse, se puso tan nervioso que le dejamos atado en un árbol a cierta distancia.

    Tras un buen rato nos fuimos de allí, íbamos hablando de lo curioso que era que aquel artefacto de otro mundo estuviera allí abandonado, en cualquier otro momento estaría vigilado o se lo hubieran llevado de allí para estudiarlo, pero como no paraban de pasar cosas extrañas, las autoridades no daban abasto y aquel trenecillo de juguete se había quedado allí para la posteridad. Es curioso, pero a lo lejos, también podíamos ver la majestuosidad del enorme artefacto que nos había asombrado la noche anterior. Decidimos dejar para la tarde ir a visitar aquel monstruo.

    Y esa misma tarde, una vez que llegamos a la zona del monstruo nos quedamos impactados, era muchísimo más grande de lo que recordábamos. Su gigantesca forma piramidal y su color negro ferroso no presiagiaban nada bueno. Por allí andaban muchos paisanos, opinando e imaginando que podía hacer aquello, el guardia civil que lo custudiaba no daba de si para vigilar tan tremendo objeto, y la gente se acercaba a tocarlo por aquellos sitios por donde no les veían. Se seguía oyendo el clack-clack de la cuerda, bien sabíamos que se estaba cargando, pero era lento, muy lento. 

    Pasados 20 días en los que no pasó nada, la Guardia Civil dejó de vigilarlo y fue el mismo pueblo quien empezó a hacer pruebas con aquello. Vi como un tractor con pala intentaba sin éxito levantar una de sus escamas. También se acerco por allí un cerrajero que, con su soplete, intentó hacerle un agujero, pero tampoco le hizo el menor desperfecto. Le tiraban piedras y le dieron golpes con barras de acero, pero nada. Aquello era indestructible. Siguieron pasando los días, la gente se acostumbró y le perdió el miedo. Ya subían por sus laterales y se hacían fotos en su cúspide curiosamente redondeada. Fué entonces, una tarde cualquiera, cuando una piojosa medio hippie con su novio se subieron a hacerse el selfie de turno, cuando aquello dejó de sonar y pummm! esa extraña punta de la pirámide salió volando por los aires lanzando a cientos de metros a la parejita, que se perdió en el horizonte como dos muñecos de trapo. Aquella bola cruzó los cielos a gran velocidad dirección al pueblo y fue a impactar contra una de las casas y la hizo añicos. El sonido fue tremendo, la destrucción apoteósica. Una vez que todo se quedó en silencio, un mecanismo empezó a tirar de la gran cadena que sostenía la bola y la empezó a recoger lentamente, arrastrando los casquetes. La bola estaba enganchada con una cadena de hierro de enorme tamaño, que devoraba a su paso todo el terreno. Así se fue recogiendo hasta que la puso de nuevo en su lugar, encajando perfectamente en el hueco de la cúspide, y volvió a dispararla. Ésta vez no se dirigió al pueblo, si no hacia el campo, y cayó en medio del sembrado sin hacer ningún desperfecto. Cada diez minutos recogía y disparaba aquella diábolica pelota de hierro de forma aleatoria, y así poco a poco, y bajo la mirada atónita de la gente, vimos como fue destruyendo todo lo que tenía alrededor. Todas las casas, la plaza de toros, el tendido eléctrico, el camino que por allí pasaba estaban en peligro de ser aniquilados. Por suerte uno de los disparos fue a caer cerca de nuestra urbanización pero no consiguió alcanzarla, respiramos tranquilos al verlo, nuestras casas estaban a salvo. Se nos presentaba un futuro incierto y peligroso, aunque las casas no estaban en peligro, no sabíamos que podría pasar y el nerviosismo se empezó a apoderar de nosotros.

    Alucinamos viendo la destrucción que estaban haciendo estas máquinas en las ciudades. Hay que tener en cuenta que cada 20 km aproximadamente había caído uno de estos aparatos, y en ocasiones estaban en calles de la ciudad, o encima de los edificios, y fueron éstos los que pusieron en jaque a muchos cuidadanos, causando muertos y destrozos por todo el planeta. Aquellos que habían caído en medio del campo, lógicamente no suponían ningún peligro, pero los de la ciudad eran otro cantar y el devoro que hacían a su alrededor era increíble, cientos de edificios cayendo como si de una bomba se tratara. Así empezó un infierno para la humanidad, un infierno del que no podíamos escapar, sólo nos quedaba el consuelo de que aquellos artefactos fueran los últimos que nos atacaran. 


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