Infierno Mecánico Capitulo 13 -La Virgen de los Enebrales-

      Las luces empezaron a meterse dentro de casa, chisporroteando por los rincones y por encima del sofá, correteaban por los suelos y las paredes. Empezamos a pensar que no era buena idea quedarnos allí después de lo que habíamos visto en el exterior. La energía fluía por todas partes y cuando veías la casa por fuera parecía la feria, con luces de todos los colores adornando la fachada y el tejado. Decidimos reunirnos y ver qué hacer con esta situación. Llegamos a la conclusión, tras varias horas charlando, de que teníamos que buscar un refugio seguro, como una cueva o similar. En la zona donde vivíamos existían ciertas cuevas naturales, pero de escasa profundidad y de difícil acceso. Yo conocía las cuevas de la Virgen de los Enebrales, cerca de Tamajón, las que se conocen vulgarmente como la ciudad encantada de Tamajón. Muy parecido a lo de Cuenca pero más pequeño. No sabíamos si dentro de una cueva estaríamos seguros, pero había que hacer algo antes de que la tragedia nos acechara. Aquel lugar me llamaba y fui muy insistente con ir allí. Pese a tener el peligro de hacer el viaje, conocía bien el lugar y cerca de aquella Virgen, nada malo nos podría pasar.

    Aquella zona nos pillaba un poco lejos, sobre todo porque había que ir en coche y se tendría que hacer en varios viajes. Desesperados, decidimos llevar a cabo el plan, así que primero comprobamos que el coche funcionara, aquel coche que la caja mágica le había traido a Chemirl el día de Navidad. El coche arrancó, las luces de colores lo cubrían por completo, pero parecía que el motor no se resentía. Decidimos hacer tres viajes, en el primero irían las niñas, Yoli y yo, junto con provisiones. En el segundo y el tercero irían el resto, siempre con la máxima cantidad de cosas que nos pudieran hacer falta. No había mucho maletero ni espacio, así que nos montábamos con las cosas por encima, como si fueramos gitanos, el coche iba a rebosar.

    Salimos de Humanes y empezamos el viaje. La luz del cielo, tan extraña y constante, y las lucecillas que lo invadían todo, hacían que la carretera y los bosques parecieran un magnífico óleo de colores vivos. Veíamos por todas partes aquellos postes que concentraban la energía, y sus chorros de luz, como rayos, se fundían en los cielos. Tardamos más de media hora en llegar, pero gracias a Dios llegamos bien. Nos bajamos en la zona de la cuevas y fuimos a una en concreto que tiene el acceso en vertical, como una madriguera. Allí descargamos las cosas y con una soga con nudos bajamos a la cueva. Estaba bastante sucia y había restos de animales muertos, pero para nuestra sorpresa y alegría, dentro de la cueva no había luces, estaba oscura y siniestra, como debe ser una cueva. Bajamos todos y encendimos un fuego, vimos que la cueva era más profunda de lo que creíamos en un principio, para nuestro asombro. Tenía los techos altos y parecía cómoda. Chemirl se fue en busca del resto y Yoli, las niñas y yo nos quedamos limpiando un poco aquello e improvisando una escalera de madera para poder subir y bajar cómodamente. Tras unas largas horas llegó el siguiente viaje, asi que poco a poco, y con más manos, pudimos hacer en muy poco tiempo una guarida confortable y calentita, un poco húmeda y maloliente, pero habitable al fin y al cabo. Aquella cueva sería por unos días nuestra casa. A lo largo de la tarde llegaron todos y por fin pudimos comer algo y charlar un poco. Estábamos asustados, pero con cierta tranquilidad al ver que por lo menos en esa cueva no había luces ni energías extrañas y podías reirte y descansar tranquilo, sin pensar que en cualquier momento se te iba a ir la vida por la boca.

    Nos asomábamos de vez en cuando por el agujero de la entrada y veíamos impresionados como de la misma iglesia de la Virgen fluía un enorme chorro de luz. No sólo en la iglesia sucedía ésto, un poco más abajo, en el corro de árboles, lugar mágico de la zona, también fluía una gran luz, sin duda aquellas luces no solo eran pura electricidad, algo místico y misterioso las creaba, algo que escapaba a nuestro entendimiento.

    Pasamos la primera noche con cierta angustia, pero con el pasar del tiempo y al ver que no sucedía nada, cuando habían transcurrido ya dos días, empezamos a estar más tranquilos. Jugábamos al monopoli y a las cartas, cocinábamos con palos e hicimos un plan de comidas, teníamos provisiones para un mes aproximadamente, rezábamos para que aquella penosa situación no durara más. Podíamos dar gracias por estar juntos, alegres y con salud. A veces pensábamos que el resto de la humanidad había desaparecido, no habíamos visto a nadie vivo desde hacía más de un mes. Allí, en la soledad de una cueva mugrienta, la vida permanecía, vigilante por lo que pudiera venir. La luz aumentaba y ya hacía sombras dispares, algo estaba a punto de suceder, algo maravilloso, algo en nuestro interior nos decía que estábamos a punto de ver un milagro.

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