Infierno Mecánico Capitulo 15 -In nativitate Domini Dei-

     El suelo empezó a temblar bajo nuestros pies, un terremoto constante cruzaba en olas de destrucción todo el horizonte, desmontando las montañas y las cumbres, haciendo que los pedruscos y piedras rodaran ladera abajo como pequeñas piedrecillas. Así empezo el día siguiente de nuestra nueva vida en la ermita, la cual ahora estaba sufriendo estructuralmente, y empezaron a caer sus paredes y nos obligó a salir fuera, a la ladera lisa que la rodea. Desde allí podíamos ver el espectáculo, todos callados con la boca abierta y seca, sentados en el suelo haciendo un corro, pues no nos podíamos poner de pie, los movimientos de tierras eran tan fuertes que no había forma de sostenerse. 

    Empezó el sonido de trompetas, pero claras y bien afinadas, muy al estilo de cuando se empezó a formar el anillo de luz, pero esta vez era más claro y armónico. Era extraño ver y oir a la vez el estruendo de los temblores y aquella trompeta celestial que se compaginaban en una música misteriosa y mística. Al sonido de la trompeta se añadieron otros sonidos. Éstos venían de todas partes y era como un zumbido eléctrico, provenían de los cielos, pero no llegábamos a ver nada con nitidez. El día era claro y solo se veía en el cielo el disco de luz que allí estaba asombrosamente radiante. Entre todos los sonidos, las trompetas, por llamarlas de algún modo, iban y venían de este a oeste, con pequeños y nítidos toques, de más fuerte a más flojo, como si hubiera una orquesta en los cielos justo encima del anillo.

    Así pasaron las horas y se fue incrementando la fuerza de los temblores, y los sonidos también. El zumbido que no cesaba nos traía por el camino de la locura, casi obligándonos a taparnos los oídos, pues éstos eran cada vez más y más fuertes. Veíamos como las montañas se derrumbaban y volvían a nacer, vimos como el riachuelo saltaba por los aires para luego volver a formarse. Ya no había tierra definida, sólo un caos total a nuestro alrededor, y por la gracia de la fortuna, nosotros habíamos escogido el único lugar de la zona que no se transformaba. Temblaba, pero no llegaba a romperse ni a destruirse. Al rato otro sonido más se unió a la fiesta. Todo iba muy rápido. Ahora el sonido claro de unos tambores se podían escuchar por todas partes, y como una orquesta espacial, sin armonía ni música definida, nos envolvía y nos mirábamos asombrados y asustados. Y así, con el pasar de los minutos, y viendo que era nuestro fin, nos empezamos a reir, pero no una risa normal, no, no, a carcajadas. Como locos reíamos con las lagrimillas en los ojos, los pelos chamuscados y la piel sucia. Era una locura, casi daban ganas de tirarse por la ladera y acabar con ésto.

    Cuando habíamos perdido la cabeza, y ya solo reíamos mirándonos unos a otros, empezó un espéctaculo de luces en el cielo, alrededor del disco de luz. Difuminadas luces como nubes de colores, en el que predominaba el azul y el amarillo, envolvía el disco. Nos quedamos asombrados viendo el espectáculo, era muy bonito, recordaba a la aurora boreal y el cielo se cubrió de ellas. Parecía que los sonidos eran los culpables de toda aquella transformación. Las trompetas creaban los terremotos, los tambores iban al son de las nuevas montañas y el zumbido, ese zumbido eléctrico tan extraño, parecía el culpable de las luces. Ahora reíamos y nos frotábamos los ojos con total asombro. Vimos desde el oeste como el anillo se empezó a contraer, su delimitada línea amarilla se hizo cada vez más fina y, poco a poco, fue desapareciendo. Ahora el zumbido, los tambores y las trompetas se incrementaron y CHAS!, con un chasquido que atravesó todos los confines del mundo, todo quedó en silencio, miramos al cielo y lo pudimos ver de nuevo como desde hacía mucho tiempo que no lo veíamos, por fin vimos el Sol de nuevo. Habíamos sido testigos del nacimiento del Sol, la energía vital, Dios.

    Con el silencio rodeándonos y los destrozos a nuestro alrededor, quedamos alucinados viendo nuestras sombras y siendo conscientes de lo que había pasado. Era un milagro, allí estaba el Sol y el aire empezó a moverse y nos acariciaba de nuevo, era un aire limpio y alegre, lleno de sabor a tierra y piedras. Qué podíamos esperar después de esto? Ya nada nos sorprendía, lo único que aún no había cesado era el extraño zumbido que lo envolvía todo. No sabíamos que podría ser aquello. Pero ahora estábamos más alegres y con la firme convicción de que la vida no había acabado. Vimos con asombro, pasadas unas horas, que el Sol se movía, por fin el tiempo había comenzado, y nosotros éramos unos extraños supervivientes del reseteo. Ya no había luces de colores, ni trompetas, ni nubes de ningún tipo, sólo el Sol en una tarde clara y calurosa de primavera.



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