Infierno Mecánico Capitulo 18 -La máquina del creador

     Pasaban los días con gran calma y placer, sin luna y sin mal tiempo, siempre con nuestra sábana atada a la cintura y poco más, con los cermalos y otras pitanzas al alcance de la mano, mucha comida, agua fresca y limpia, peces sabrosos y bonitas noches estrelladas. No envejecíamos, ni engordábamos ni teníamos males, solo vivíamos felices. Lo único que rompía la monotonía de los días era un ser extraño, una especie de gigante que veíamos a lo lejos, pasando muy despacio, con unas enormes piernas. Iba siempre de este a oeste y lo veíamos por días con su caminar lento y cansino, parecía que estuviera dando vueltas en círculos concéntricos, al estilo del Sol y la Luna.

    Cada mes lo veíamos por unos días, y luego se perdía en el horizonte, y ya no lo volvíamos a ver en muchos días, y así pasaron muchos meses hasta que un día el temblor del suelo nos indicó que había llegado el momento de ver de cerca a aquel monstruo. Sabíamos que ese momento iba a llegar y no nos pilló por sorpresa, tampoco andábamos preocupados por ello, ya habíamos visto muchas máquinas infernales y aquella parecía inofensiva. Se iba acercando y pudimos verlo bien, subimos a una colina y allí estaba, parado en un prado mirando al suelo, y digo mirando porque aquella máquina gigante era como un robot de enormes dimensiones. Para que os hagáis un idea de su tamaño mediría como unos 150 metros de altura y muchos de ancho, tenía enormes piernas metálicas escamosas, y brazos desproporcionados, muy muy largos y escamosos también. Era un robot gigante articulado, con una enorme cabeza metálica color gris, ojos negros y boca con dientes, pero sin nariz. Fue ver aquella cosa y, aunque en un principio no teníamos miedo, al tenerlo tan cerca, se nos encogió el corazón y más aún porque aquel robot hacía cosas muy raras: pisaba con sus tremendos pies árboles y arbustos por doquier, curiosamente los árboles y plantas que no eran típicos en la zona en donde estábamos, cogía las palmeras con gran acierto, las arrancaba de cuajo y las tiraba por los aires, y lo que es peor, animal que no correspondía con la zona, lo aplastaba de un puñetazo y lo destripaba, a otros simplemente se los comía y luego reía de manera estrepitosa. Eso no nos hizo ninguna gracia, no sabíamos como iba a reaccionar al vernos, no sabíamos si nos consideraría extraños en el paraíso, si nos aplastaría como a una mosca o nos dejaría vivir en paz. 

    Y así fue, cuando ya lo teníamos muy cerca con su imponente presencia, cuando se paró en seco y nos miró con sus enormes ojos negros, con una oscuridad infinita, en la que curiosamente se percibía que nos fijaba en su mirada con sus pupilas invisibles. En un esfuerzo tremendo se puso a cuatro patas y apoyado en sus enormes manos metálicas, se agachó y nos miró más de cerca. Su cabeza era tan grande que en comparación con nosostros era como un edificio de unas 15 plantas, en su boca cabíamos todos nosotros y otros 50 más por lo menos. Fue girando la cabeza, observando. Podíamos olfatear un poder inmenso que salía de su interior, y un calor inmenso que salía de su boca. Allí estábamos, inmóviles, paralizados por el miedo. Levantó la cabeza hacia el cielo y rió con una tremenda carcajada, tan fuerte fue la risa que las piedras de las montañas adyacientes empezaron a caerse y nos quedamos sobrecogidos, tapándonos los oídos para que no nos estallaran. Terminó de reirse, abrió la boca y como un perro cundo va a vomitar, expulsó con gran esfuerzo un rebaño de ovejas y un par de vacas, con su respectivo toro. Alucinábamos viendo como salían los animales de entre sus dientes. Engendraba animales domésticos ya grandes y adultos, era increíble verlo. En un último esperpento, salieron un par de perros, y unos gatos le salieron del culo maullando, de todos los colores. Luego se puso en pie de nuevo y de una manotazo hizo añicos nuestra despensa de cermalos, y allí quedaron todos aplastados, todo lleno de sangre y vísceras. Los perros tenían hambre y allí fueron a alimentarse. Se puso en marcha de nuevo, pero esta vez hizo una cosa muy extraña, a unos cientos de metros de nosotros se agachó de nuevo y le dió un mordisco a una de las montañas, arrancando tierra, piedras y todo tipo de vegetación, lo masticó haciendo un movimiento extraño con la cabeza, como balanceándola. Luego, a los pocos minutos, puso la cabeza para abajo de nuevo y le dieron esas contracciones, pero, para sorpresa nuestra, esta vez expulsó por su boca a varios humanos. Nos quedamos perplejos al verlo. No eran humanos jóvenes, si no de mediana edad, incluso había un señora mayor, sólo había dos niños en un grupo de unos quince. Lo más curioso del tema es que salían de su boca vestidos, con ropajes típicos de los años 30, con jerseys grises y falda de pana, medias negras y cosas por el estilo, muy parecido a nuestros abuelos del pasado. Según "nacieron" se pusieron en marcha a través de la montaña a gran velocidad como si estuvieran programados, no pudimos hablar con ellos ni nada, y se perdieron entre los bosques lejanos.

    Se esfumó entre la bruma de la tarde aquel monstruo metálico, la máquina del creador, con pájaros que revoloteaban alrededor de su cabeza y restos de forrajes entre sus escamas. No sabíamos si aquello era pilotado por alguien o tenía vida propia. Lo volveríamos a ver, pero de lejos, pasar en su lento caminar siempre en dirección oeste y cada vez más cerca del centro, el norte.




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