Infierno Mecánico Capitulo 19 -El día del mal

     Fué un día cualquiera, uno de los incontables días que llevábamos en el paraíso, en donde la convivencia entre nosotros era divertida y alegre y los animales se mostraban modosos, incluso cariñosos con nosotros. Era fácil jugar con alguna fiera salvaje.

Estaba yo en el arroyo intentando pescar alguna trucha para la comida, cuando oí algo que hacía mucho que no oía, tanto que se me había olvidado. Estaban Chemil y Yoli discutiendo por una herramienta, se dijeron malas palabras, y eso que la herramienta estaba hecha de madera, era un simple palo para mover la comida, a modo de cucharón. Que raro me pareció aquello. Pero así de golpe, estaba María dando por saco a su hermana, con jueguecitos y manotazos en la cabeza. Así hasta que acabaron también enfadadas entre ellas, y para colmo se metió por medio de la discusión Maribel y acabó siendo aquello un bochornoso espectáculo, al estilo de las marujas cuando se pelean en el descansillo de la escalera. Incluso nos miramos un poco mal Julia y yo, sin venir a cuento.

    El día fue raro, muy raro, todos medio enfadados andábamos por aquí y por allá mirándonos mal. De repente nos teníamos manía, todo el mal humor que no habíamos tenido en un año, ahora florecía de golpe, e incluso pensé en no dormir en la casa común y mandarlos a tomar viento. La cosa no mejoraba, y en la lejanía se oía por primera vez los heladores aullidos de los lobos, y los animales por primera vez daban coces y se portaban de manera agresiva y nerviosa. Se podía respirar el mal ambiente por todas partes, incluso ahora nos veíamos ridículos con la sábana enroscada y feos, podíamos percibir nuestro mal olor de no bañarnos en meses, y juraría que mi barriga había crecido varios centímetros en sólo unas horas, y la trepidante melena de Chemil se desvanecía como un nido en una tormenta. El velo de la alegría se había disuelto y ahora estaba la realidad frente a nosotros. ¡Qué desastre! Las vacas huyeron despavoridas y las ovejas se arremolinaban en el rincón más protegido, como intentando protegerse de un mal invisible. Para colmo teníamos frío, juraría que era por primavera, y según se estaba haciendo de noche hacía un frío de dos chalecos. Como andábamos descalzos, porque no necesitábamos calzado ni ropa especial, no estábamos preparados para aquello, y nos tuvimos que refugiar dentro de la casa con un buen fuego, mirándonos mal. Gracias a Dios, el fuego calentaba como siempre.

    Miré por la ventana que daba al prado y pude ver como la noche estaba fría y las hierbas resplandecían por la humedad, casi convertida en hielo. De repente y sin aviso, una zarpa pasó delante de mi cara, que si no llega a ser por un inesperado respingo, me arranca la cara de un solo golpe. Un enorme oso gris estaba allí metiendo la cabeza por la ventana y amenazando con sus garras, negras como el tizón. No teníamos armas ni nada con lo que poder defendernos de aquello, así que me junté con el grupo, que acojonados nos quedamos por unos segundos viendo la muerte en forma de oso peludo, paralizados, hasta que el oso empezó a meter el cuerpo y, viendo que la muerte estaba cerca, un calor nos caló el corazón y empezamos a tirarle cosas que teníamos por allí, nuestra vajilla de barro que con tanto cariño nos había hecho Noelia, que con su peso pudimos hacer retroceder por un momento al animal, al atizarle unos buenos castañazos en los morros. Se retorció y gruñó haciendo soplidos contra el suelo, pero no cesó en su aventura de comernos vivos. Así que cogimos palos con fuego y por fin, tras quemarle un poco los bigotes, el animal huyó con un espeluznante aullido y se perdió por el bosque más cercano. Nos quedamos perplejos, sin hablarnos, alrededor del fuego, del cual no nos separaríamos en toda la noche. Al rato nos asomamos a la ventana, la cual habíamos tapado por si acaso con una vieja manta y vimos, reluciente, una luna llena de esas que parecen reirse de ti. Allí estaba la vieja y maldita luminaria, con toda su maldad, esparciendo su veneno por la tierra. Su luz fría lo cubría todo y la muerte, de nuevo, estaba presente en nuestros corazones.

    Al día siguiente, decidimos hacernos ropa nueva más adecuada, algo de calzado y proteger la casa. También pensamos en hacernos algún arma, así que nos repartimos los trabajos de dos en dos, y buscamos palos largos para hacer lanzas, otros buscaron maderas para proteger las ventanas y Chemil ideó un cerrojo para la puerta, cosa que no había, pues no hizo falta hasta entonces al igual que las armas. De pronto estábamos en la vida normal, en donde las calamidades son naturales y la comida, el frío y el amor, te lo tienes que ganar con esmero y trabajo, y mucha paciencia y humildad. Aquella luna había cambiado nuestra vida, no sabíamos que nos esperaría a partir de ahora pero no presagiaba nada bueno.



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